El silencio después de la partida de Noctara resultaba casi insoportable. Era un silencio espeso, cargado de electricidad, como si la habitación misma contuviera la respiración.
Risa permaneció en el suelo, apoyada contra el pecho de Eithan, sintiendo su propio pulso retumbar como un tambor enloquecido.
La luz dorada que corría por sus venas no se desvanecía.
De hecho… crecía.
—Risa… —Eithan tocó su mejilla con suavidad—. Necesito que respires conmigo. ¿Sí? Inhala… exhala…
Ella trató. Lo intentó de verdad.
Pero el aire entraba entrecortado, tembloroso.
—No puedo —susurró—. No puedo controlarlo. Hay algo dentro de mí… algo que se mueve… algo que empuja.
Eithan la sostuvo más firme, como si temiera que el mundo pudiera arrancarla de sus brazos.
—Lo que sea que pase, estoy contigo. No voy a dejar que te rompas.
Pero Risa sabía que él no entendía.
No podía.
El poder que despertaba en su pecho no era luz pura ni magia noble como las que describían los libros.
Era caótica.
Era antigua.
Era…