El sol apenas despuntaba entre las torres del Castillo de las Sombras cuando los ecos de pasos apresurados llenaron los pasillos. La noticia había corrido como fuego en hierba seca: el rey Rhaziel estaba de pie otra vez.
Lucian, aunque todavía débil, ya mostraba mejoría gracias a los cuidados del médico real y las órdenes precisas de Kael. El joven guerrero no dejaba de sonreír con alivio al ver que su primo no solo respiraba, sino que recuperaba su porte majestuoso, ese que infundía temor y respeto a partes iguales.
El consejo había sido convocado en la gran sala, y todos los nobles aguardaban en sus asientos de piedra tallada. El murmullo se extendía, inquieto, dividido. Algunos hablaban de milagro, otros de brujería.
Las puertas se abrieron de golpe, y el silencio se hizo absoluto.
Rhaziel entró con paso firme, vestido con un abrigo oscuro de brocados plateados. Sus ojos, más intensos que nunca, irradiaban una furia contenida, un poder que hacía que el aire pareciera pesado. A su l