La noticia del estruendo en el Gran Consejo no tardó en llegar hasta los aposentos donde Rhaziel descansaba. Aunque aún frágil, su figura ocupaba ya una silla junto a la ventana; la venda en su costado recordaba lo reciente del peligro, pero en sus ojos ardía la misma intensidad que antes de la flecha envenenada. Kael y Dorian permanecían a distancia prudente, vigilantes como siempre, pendientes de cualquier sobresalto que pudiera desatarse.
Risa subió las escaleras con paso decidido, acompañada por Lady Aveline y Lyanna. El rumor se pegaba a los muros: palabras dichas con desprecio, la afrenta de nobles que no aceptaban órdenes de una joven, el golpe de la mesa, la mirada de Rhaziel que heló a todos. Mientras la puerta se cerraba tras ellas, Risa sintió que el mundo, al menos para ella, se reduciría a aquel cuarto y a la presencia del hombre que había vuelto de la muerte.
Al verla entrar, Rhaziel clavó en ella una mirada que mezclaba cansancio, alivio y algo más oscuro: la rabia que