NOCTARA
Las mazmorras del Reino de la Oscuridad eran un lugar donde la esperanza moría en el primer aliento. El suelo estaba cubierto de sangre seca y cadenas oxidadas, las paredes rezumaban humedad, y en lo alto, las antorchas ardían con un fuego púrpura que nunca se apagaba. Allí, los gritos de los prisioneros eran música, y el dolor era un lenguaje común.
En medio de aquel infierno, Noctara permanecía de pie, su silueta envuelta en un manto negro que parecía beber la luz. Sus ojos, dos esferas rojas incandescentes, se clavaban en el vampiro encadenado ante ella. El prisionero se retorcía, las marcas de látigos y cuchillas cruzaban su piel pálida, y aún así, trataba de mantener la boca cerrada.
—Hablas… o te arranco el alma —susurró Noctara, con una voz tan suave como venenosa.
Alzó una mano, y las sombras que se arrastraban por el suelo se enroscaron alrededor del cuerpo del vampiro, penetrando bajo su piel como si fueran agujas vivientes. El prisionero gritó con un dolor que no p