DANTE
El rugido del motor ahogaba el caos detrás de nosotros. Luces de faros parpadeaban en el espejo retrovisor, acercándose demasiado rápido. Demasiado jodidamente rápido.
—Dante… —La voz de Valentina era tensa, entrecortada.
—Lo sé.
Pisoteé el acelerador, sintiendo el coche responder con un rugido agresivo. La carretera de asfalto se volvía un borrón a nuestro alrededor mientras nos alejábamos de la ciudad, dejando atrás la seguridad y adentrándonos en territorio incierto.
Los hombres de Matteo Ricci no tardarían en alcanzarnos. No eran idiotas. Sabían lo que