Aidan
La luna creciente se alzaba sobre los árboles mientras yo permanecía inmóvil en la oscuridad. Desde aquí podía verla perfectamente: Noelia se movía por su cocina con esa gracia inconsciente que me volvía loco. Su cabello recogido en una coleta descuidada dejaba al descubierto la curva de su cuello, ese lugar donde mi marca debería estar.
Apreté los puños hasta que mis nudillos crujieron. Tres noches seguidas vigilando su casa, como un maldito acosador. Pero no podía evitarlo. Mi lobo interior aullaba cada vez que intentaba alejarme, y la bestia dentro de mí se retorcía de angustia si no confirmaba que estaba a salvo.
—Contrólate, Blackwood —murmuré para mí mismo, sintiendo cómo mis colmillos pugnaban por descender.
La observé preparar algo de cenar. Un simple acto doméstico que no debería resultar tan fascinante, pero que me mantenía hipnotizado. La forma en que sus caderas se balanceaban ligeramente mientras se movía por la cocina, cómo se mordía el labio inferior cuando estaba