Ian necesitaba un plan. Algo que le permitiera desenmascarar al maldito perro traidor de Micah Bianchi. Jamás imaginó que eso pudiera ser posible, porque la reputación de los italianos era inquebrantable. Si alguien merecía lealtad en esa familia, era Alessandro, su enemigo. Y justamente por eso lo respetaba.
Siempre vio a Micah como una sombra menor, una versión disminuida del verdadero heredero. Tal vez por eso ahora planeaba algo tan espantoso como la muerte de su propio hermano. Todo por poder.
A ojos de las organizaciones, Ian era un lunático, capaz de cometer las peores atrocidades. Pero había una línea que jamás cruzaría: dañar a su propia hermana. Ellis era lo más sagrado que tenía.
Había cambiado, sí. Las circunstancias la habían transformado. Pero aún así, para él seguía siendo la pequeña de la casa, la favorita de papá. Y entonces, ahí estaba Micah Bianchi, demostrándole que los verdaderos monstruos no siempre gruñen… a veces se disfrazan de ovejas.
Sacó su teléfo