Capítulo 28

—Te sacaré del país.

Emma parpadeó, como si acabara de despertar de un pensamiento lejano. Luego soltó una risa baja, seca.

—Claro que no. No voy a dejar todo por culpa de la loca de tu mujer.

Ian apretó los dientes, aguantando el impulso de golpear algo, alguien, a él mismo.

—Tú eres mi mujer —dijo, con voz tensa—. ¿Lo recuerdas? Fue contigo con quien me casé.

Emma alzó una ceja y desvió la mirada, sin molestarse siquiera en responder al principio. Se sentó al borde del sofá, con las manos entrelazadas en el regazo, la espalda encorvada por el cansancio.

—No juegues a eso —susurró finalmente, sin dureza, pero con un cansancio que pesaba toneladas—. No te conviene tocar ese tema.

Ian dio un paso hacia ella. Quería decirle que lo sentía, que no todo fue mentira. Pero ella levantó una mano antes de que pudiera abrir la boca.

—Mira, no estoy en condiciones de discutir ni de escuchar promesas que no vas a cumplir. No ahora. No otra vez.

Su voz no era agresiva. Era suave.
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