Javier
—¿Te ayudó la ducha fría? —preguntó Víctor.
Estaba sentado en mi despacho, con los pies apoyados sin pudor sobre la mesa de centro y esa sonrisa de imbécil satisfecho que solo podía significar una cosa: sabía perfectamente qué había estado haciendo yo arriba.
—Sería fantástico que, por una vez en tu maldita vida, te comportaras como un profesional.
—¿Te refieres a fingir de verdad? ¿O a fingir como tú cuando “finges” que te vas a casar con Raquel? Porque lo primero creo que lo puedo manejar sin problema.
Bajó los pies al suelo y se incorporó, adoptando un gesto exageradamente solemne.
—Sí, señor. Señor De León, señor. Enseguida, señor. A la orden, señor.
Había aprendido años atrás que lo mejor que se podía hacer con Víctor cuando se ponía así era ignorarlo. Sobre todo porque solía ser una buena señal. Cuando todo iba según lo previsto, Víctor era un payaso. Cuando las cosas se torcían, se volvía frío. Implacable.
Lo fulminé con la mirada hasta que alzó las manos en señal de ren