Raquel
—Aquí estás a salvo —dijo Víctor en cuanto salí después de cambiarme de ropa.
Lo miré. Tenía los pies apoyados en la silla de al lado, cruzados por los tobillos, como si nada le costara transmitir esa calma.
—Estamos expuestos.
Negó con la cabeza.
—Nadie se acerca a menos de tres kilómetros de la valla sin que alguien del personal lo sepa. No llegarían ni de lejos a tener un tiro limpio. Estás a salvo.
—También pensé que estaba a salvo en el restaurante —me dejé caer en la silla frente a él—. Y eso era un lugar público.
—Justamente. Ahí un francotirador se mezcla sin problema. Aquí fuera, imposible. Y además, cualquiera que intente colarse en la finca De León… sentencia de muerte.
—¿Y Claudia tiene la misma protección?
—Está cubierta. No te preocupes.
Arrugué la nariz.
—Siempre me voy a preocupar si la vida de mis amigos está en riesgo.
—Hablando de amigos… —Víctor bajó los pies al suelo y entrelazó las manos sobre la mesa—. ¿Hay alguien a quien debas avisar de dónde estás?
Dud