Raquel
Comí algo y luego salí a deambular por el jardín.
Resultaba desconcertante. Vivir allí no sería terrible. En absoluto. Y eso hacía que la idea de volver a mi vida anterior —el restaurante, la acera, el infierno de mi padrastro— se volviera casi insoportable.
Aun así, me obligué a recordarlo: no se suponía que yo estuviera allí. El lujo no cambiaba ese hecho.
La mansión en sí era impresionante. Tres niveles, balcones colgando de las ventanas, habitaciones interminables que ocultaban secretos que todavía no quería imaginar. Un castillo, sí… pero sin príncipe. Y yo no era ninguna princesa.
Saqué por fin el teléfono que me había dado Víctor y marqué el número de Andrea. Contestó al instante.
—¡Raquel! Te he estado llamando todo el día. ¿Qué pasó? Las ventanas explotaron. ¿Fueron disparos? ¿Gas? ¿Estás bien?
—Estoy bien. De verdad.
—¿Segura? —insistió—. ¿Fue una explosión? ¿Un tiroteo? Ese chico guapísimo que me sacó afuera no quiso decirme nada.
Fruncí el ceño. Javier no la había s