Khaled observó el reloj de su despacho. Las diez en punto. Había citado a Mariana con precisión militar, como acostumbraba hacer con todos sus asuntos. Repasó los documentos sobre su escritorio, organizándolos meticulosamente mientras esperaba. No era común que involucrara a la niñera en asuntos administrativos del palacio, pero algo en él —quizás curiosidad, quizás algo más profundo que no deseaba nombrar— le impulsaba a mostrarle esta faceta de su vida.
El suave golpe en la puerta llegó exactamente a la hora acordada.
—Adelante —pronunció con voz firme.
Mariana entró con paso decidido aunque cauteloso. Vestía un sencillo conjunto de falda larga y blusa de tonos tierra que, sin pretenderlo, realzaba el ámbar de sus ojos. Khaled notó que había recogido su cabello en un moño bajo, dejando que algunos mechones rebeldes enmarcaran su rostro. Lucía profesional, pero indudablemente femenina.
—Buenos días, Jeque Khaled —saludó ella con una leve inclinación de c