Capítulo 20. Una picadura mortal
La mañana amaneció tranquila en la hacienda. En la cocina se respiraba el olor a pan recién hecho, a café tostado y al guiso que burbujeaba sobre la leña. Las criadas iban y venían con la ligereza de quienes estaban acostumbradas al trajín diario. Entre risas y cuchicheos, Dominga no dejaba de mirar hacia las escaleras.
— Es raro — dijo, frunciendo el ceño mientras removía con una cuchara de palo —. A las nueve subí a ver a la señora Olivia, y todavía seguía dormida.
Una de las cocineras rió entre dientes.
— Pues que aproveche, ¿no? ¡Qué dicha dormir hasta tarde por ser la señora de esta casa!
— Sí, pero… — Dominga bajó la voz, intranquila —, algo no me gusta. Ella no es de quedarse tanto en la cama.
El reloj marcó las doce. El presentimiento en su pecho se hizo insoportable. Secándose las manos en el delantal, subió de nuevo.
— Señora Olivia… — tocó la puerta suavemente, luego empujó con cautela —. ¿Ya despertó?
El silencio fue su única respuesta. Dio un par de pasos y la vio tendida