La tinta aún estaba fresca cuando extendí el último mapa sobre el escritorio de Vex. Había trabajado durante tres noches consecutivas, recreando cada detalle de la manada de Kaelen con una precisión que rayaba en lo obsesivo. Mis dedos manchados de tinta temblaron ligeramente mientras señalaba las últimas anotaciones, no por cansancio, sino por la intensidad de las emociones que había vertido en cada trazo.
Las posiciones defensivas estaban marcadas con círculos rojos, los graneros con cuadrados verdes, las rutas de patrulla trazadas con líneas punteadas que serpenteaban a través del territorio como venas expuestas. Pero era la tienda privada de Kaelen, marcada con una equis negra en el centro del complejo, la que había requerido más cuidado. Conocía cada entrada, cada rincón íntimo, cada punto vulnerable de un lugar que una vez había considerado mi hogar.
Con cada línea que había dibujado, el odio en mi corazón se había cristalizado un poco más. No era la ira ciega y destructiva de antes; era algo más refinado, más letal. Era el odio de alguien que había aprendido a planificar, que había transformado el dolor en estrategia.
Vex estudió los mapas en silencio, sus ojos rastreando cada detalle con la meticulosidad de un general experimentado. Sus dedos se movían sobre el pergamino como si estuviera tocando un instrumento, identificando debilidades y oportunidades que yo había expuesto sin darme cuenta.
—Estás más serena de lo que esperaba.
Su voz era completamente neutral, desprovista de cualquier emoción que pudiera traicionar sus pensamientos.
No respondí inmediatamente. Sabía que esa serenidad que él percibía era engañosa, una máscara cuidadosamente construida sobre un volcán que había estado acumulando presión durante semanas. Solo yo conocía la verdadera naturaleza de la calma que exhibía: era la quietud que precede a la tormenta.
—Los mapas están completos. Cada ruta secreta, cada punto ciego, cada rutina de los guardias. Todo lo que necesitas para destruirlos está ahí.
Vex levantó la mirada para estudiar mi rostro. Había algo en su expresión que sugería que estaba evaluando más que mi trabajo; estaba midiendo mi temple, mi compromiso con el curso de acción que habíamos elegido juntos.
—Perfecto. Porque vas a necesitar esa información muy pronto.
Los días siguientes trajeron una actividad frenética en la Manada del Crepúsculo. Mensajeros llegaban y partían a todas horas, llevando invitaciones selladas a los líderes de las manadas vecinas. El aire mismo parecía cargado de expectación, como si el territorio completo estuviera conteniendo la respiración.
Fue durante una de esas tardes cuando Vex convocó a los miembros principales de su consejo a la sala de reuniones. El espacio, normalmente reservado para asuntos internos, había sido preparado para una ocasión formal. Tapices antiguos colgaban de las paredes, velas proyectaban sombras danzantes, y el aire olía a incienso y autoridad.
Entré al salón consciente de que este momento marcaría un punto de no retorno en mi nueva vida. Vex estaba de pie en el extremo de la mesa, su presencia dominando el espacio con la facilidad natural de alguien nacido para liderar. A su alrededor, los miembros del consejo me observaban con una mezcla de curiosidad y cautela.
—Hermanos y hermanas de la Manada del Crepúsculo.
Su voz resonó con autoridad formal.
—Me dirijo a ustedes hoy para anunciar una decisión que fortalecerá nuestra posición entre las manadas vecinas y enviará un mensaje claro a aquellos que han subestimado nuestro poder.
Sus ojos encontraron los míos a través del salón, y sentí el peso de todo lo que estaba por venir.
—Seraphine Blackthorne me acompañará como Luna al gran consejo tribal. Su ascensión formal marca no solo una nueva era para nuestra manada, sino una declaración de guerra contra aquellos que creyeron que podían destruir lo que les pertenecía por derecho.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Podía sentir el impacto de sus palabras reverberando a través de la habitación como ondas sísmicas. Vex había percibido no solo el despertar de mi naturaleza lobuna, sino también el resurgimiento gradual de mis habilidades para curar el envenenamiento por acónito. Su decisión de acelerar mi ascensión no era solo política; era estratégica.
El consejo tribal al que se refería era un evento que solo ocurría una vez cada década, cuando todos los líderes de las manadas se reunían. Mi aparición allí, oficialmente reconocida como la Luna de Vex, sería una declaración que reverberaría a través de todos los territorios. Kaelen y Lysandra no podrían ignorar la noticia de mi supervivencia.
Pero antes de que cualquier miembro del consejo pudiera responder, la puerta de la sala se abrió de par en par con un estrépito que hizo eco contra las paredes de piedra.
Zara Mordaine irrumpió en el espacio como una tormenta personificada, su cabello dorado ondeando detrás de ella y sus ojos verdes ardiendo con una furia que había estado acumulándose durante semanas. Su elegancia habitual había sido reemplazada por una rabia apenas controlada.
—¡Hermano! ¿De verdad pretendes convertir a esta omega de origen desconocido, con sus rasgos completamente arruinados, en nuestra Luna? ¡Nuestra manada nunca ha conocido tal desgracia!
Sus palabras fueron como dagas arrojadas directamente a mi corazón. La referencia a mis "rasgos arruinados" era particularmente cruel, considerando que aunque mi rostro había sanado considerablemente, las cicatrices plateadas que marcaban mi piel todavía eran visibles.
Pero si Zara esperaba que su arrebato provocara una reacción defensiva de Vex, se llevó una decepción. Él permaneció inmóvil, su mirada fija en mí como si el drama que se desarrollaba a su alrededor fuera completamente irrelevante. Era una demostración de poder sutil pero inequívoca.
El ambiente se volvió denso con una tensión que se podía cortar con cuchillo. Todos los ojos en la habitación se volvieron hacia mí, esperando mi reacción. Algunas miradas eran curiosas. Otras escépticas. Y algunas abiertamente desdeñosas, sugiriendo que quizás Zara había expresado lo que otros habían estado pensando en privado.
Sentí el peso de todas esas expectativas presionando sobre mí como una carga física. Este era mi momento de prueba, la oportunidad de demostrar si realmente había evolucionado más allá de la mujer rota que había llegado al territorio de Vex semanas atrás. Podía sentir a mi lobo interior moviéndose inquieto bajo mi piel, instándome a responder con fuerza.
Pero en lugar de eso, bajé ligeramente la mirada, adoptando una postura que podría haber sido interpretada como sumisión.
Vex captó la comunicación silenciosa inmediatamente. Una sonrisa casi imperceptible curvó las comisuras de sus labios, una expresión que prometía que las consecuencias del arrebato de Zara serían mucho más severas de lo que ella había anticipado.
—La decisión está tomada.
Su voz cortó a través del silencio como una hoja afilada.
—Seraphine Blackthorne será presentada como mi Luna en el consejo tribal. Aquellos que tengan objeciones a esta decisión son libres de abandonar mi territorio antes del amanecer.