La tinta aún estaba fresca cuando extendí el último mapa sobre el escritorio de Vex. Había trabajado durante tres noches consecutivas, recreando cada detalle de la manada de Kaelen con una precisión que rayaba en lo obsesivo. Mis dedos manchados de tinta temblaron ligeramente mientras señalaba las últimas anotaciones, no por cansancio, sino por la intensidad de las emociones que había vertido en cada trazo. Las posiciones defensivas estaban marcadas con círculos rojos, los graneros con cuadrados verdes, las rutas de patrulla trazadas con líneas punteadas que serpenteaban a través del territorio como venas expuestas. Pero era la tienda privada de Kaelen, marcada con una equis negra en el centro del complejo, la que había requerido más cuidado. Conocía cada entrada, cada rincón íntimo, cada punto vulnerable de un lugar que una vez había considerado mi hogar. Con cada línea que había dibujado, el odio en mi corazón se había cristalizado un poco más. No era la ira ciega y destructiva de
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