5

El entrenamiento comenzó al amanecer del día siguiente.

Mis músculos aún protestaban por los efectos del purificador, y cada movimiento enviaba ecos de dolor a través de mi cuerpo. Pero cuando Vex apareció en la puerta de mi habitación, vestido con ropa de entrenamiento y con una expresión que no toleraba excusas, supe que las quejas no serían escuchadas.

—Levántate —ordenó sin preámbulo—. Tienes cinco minutos para estar en el patio de entrenamiento.

No esperó mi respuesta. Simplemente se dio la vuelta y se fue, dejando claro que mi puntualidad era mi problema, no el suyo.

Llegué al patio con treinta segundos de sobra, jadeando por el esfuerzo de correr. Vex ya estaba allí, observando cómo el sol naciente teñía el cielo de tonos naranjas y púrpuras.

—Bien. Al menos puedes seguir instrucciones simples.

Se volvió hacia mí, y por primera vez pude verlo completamente en su elemento. No era el líder calculador de su estudio ni el estratega frío que había negociado nuestro acuerdo. Este era Vex el guerrero, el sobreviviente de doscientos años de batallas.

—Antes de que podamos trabajar en despertar tus poderes, necesitas fundamentos. Tu cuerpo es débil. Tus reflejos son lentos. Y tu forma es desastrosa.

Cada crítica fue pronunciada con la objetividad de alguien evaluando ganado en el mercado.

—En las próximas semanas, vamos a romper cada mal hábito que has desarrollado y reconstruirte desde cero. Será brutal. Será agotador. Y habrá días en que me odiarás más de lo que odias a tu hermana.

—Eso es imposible.

Una sonrisa fantasmal cruzó sus labios.

—Ya veremos.

Los primeros días fueron una pesadilla que hacía que mi tiempo con Kaelen pareciera vacaciones. Vex no creía en el calentamiento gradual o en construir resistencia lentamente. Me arrojó directamente al infierno y esperó que nadara o me ahogara.

Corridas al amanecer que dejaban mis pulmones ardiendo. Ejercicios de fuerza que hacían que mis brazos temblaran tanto que apenas podía sostener una cuchara para comer. Simulacros de combate contra guerreros que no tenían piedad, que me derribaban una y otra vez hasta que el sabor de sangre y tierra se volvió familiar.

Y a través de todo, Vex observaba. Corrigiendo mi postura con toques bruscos. Gritando instrucciones cuando mi forma se volvía perezosa por el agotamiento. Empujándome más allá de lo que creía eran mis límites físicos.

—¡Otra vez! —rugió cuando fallé en bloquear un golpe por décima vez consecutiva—. ¿Crees que Kaelen te dará un descanso cuando estés en el campo de batalla? ¿Crees que tu hermana mostrará misericordia porque estás cansada?

Me puse de pie con piernas temblorosas, escupiendo sangre de donde me había mordido el labio.

—No.

—Entonces muévete como si tu vida dependiera de ello. Porque cuando llegue el momento, así será.

Pero no todo era dolor físico. Vex también comenzó a enseñarme sobre estrategia, sobre cómo leer a un oponente, sobre cómo usar el cerebro tanto como los músculos.

—La fuerza bruta solo te llevará hasta cierto punto —me explicó una noche en su estudio, después de una sesión particularmente agotadora—. La verdadera ventaja viene de entender cómo piensa tu enemigo.

Desplegó mapas sobre el escritorio, no de la manada de Kaelen, sino de batallas históricas.

—Mira esto. La Batalla del Bosque Sangriento, hace cincuenta años. El Alfa del Norte tenía el doble de guerreros que su oponente. Todas las ventajas tácticas. Y perdió.

—¿Por qué?

—Porque su oponente entendió algo fundamental: el terreno puede ser tan letal como cualquier arma. Usó el bosque mismo como aliado, convirtió cada árbol en una trampa, cada sombra en un lugar de emboscada.

Sus dedos trazaron las líneas de movimiento de tropas con la familiaridad de alguien que había estado allí.

—Cuando enfrentemos a Kaelen, no tendremos la ventaja numérica. Pero tendremos algo mejor: conocimiento íntimo de sus debilidades y la capacidad de convertir ese conocimiento en victoria.

Pasé horas en ese estudio, aprendiendo sobre tácticas militares, sobre política tribal, sobre cómo funcionaba realmente el mundo de las manadas más allá de las mentiras románticas que me habían contado de niña.

Y lentamente, mi cuerpo comenzó a cambiar.

Los músculos que antes habían sido suaves por años de vida sedentaria como Luna se volvieron fibrosos y fuertes. Los reflejos que habían sido torpes se afinaron. Mi resistencia aumentó hasta el punto donde podía completar las corridas matutinas sin sentir que mis pulmones explotarían.

Pero había algo más sucediendo, algo que ni Vex ni yo habíamos anticipado completamente.

Fue durante una sesión de combate cuerpo a cuerpo, tres semanas después del inicio de mi entrenamiento, cuando lo sentí por primera vez. Estaba luchando contra uno de los guerreros de élite de Vex, un hombre que me superaba en tamaño y experiencia. Me había derribado cuatro veces, y la frustración había comenzado a convertirse en algo más oscuro.

—Patético —se burló el guerrero mientras me ponía de pie de nuevo—. El Alfa trajo una mascota, no una Luna.

La ira floreció en mi pecho, caliente y feroz. Y con ella, algo más. Un poder que había estado durmiendo, esperando.

Cargué de nuevo, pero esta vez algo era diferente. Mis movimientos eran más rápidos, más fluidos. Cuando el guerrero lanzó un puño hacia mi cara, no solo lo bloqueé; lo atrapé, sintiendo la fuerza en mis dedos que no debería haber estado allí.

La sorpresa en sus ojos fue gratificante. La forma en que retrocedió cuando contraataqué fue aún mejor.

Lo derribé. Por primera vez en tres semanas de entrenamiento constante, puse a un oponente en el suelo.

El patio se quedó en silencio. Todos los guerreros que habían estado entrenando se detuvieron para observar. Y Vex, que había estado supervisando desde el borde del área, se acercó con pasos medidos.

—Otra vez —ordenó.

—¿Qué?

—Derriba a Marcus otra vez. Quiero ver si fue suerte o si realmente ha despertado algo.

El guerrero, Marcus, se puso de pie con una expresión que mezclaba respeto e irritación. Esta vez no me subestimó. Vino hacia mí con toda su habilidad, sin contenerse.

Y descubrí que podía seguirle el ritmo.

No ganamos intercambiando golpes durante casi cinco minutos, cada uno buscando una abertura. Pero no perdí. Y para alguien que tres semanas atrás apenas podía mantenerse en pie, eso era un milagro.

—Suficiente —la voz de Vex cortó el combate—. Marcus, buen trabajo. Seraphine, conmigo.

Me llevó lejos del patio, hacia un área más privada rodeada de árboles antiguos.

—¿Sentiste algo diferente durante ese combate?

No tenía sentido negarlo.

—Sí. Era como si... como si hubiera algo moviéndose bajo mi piel. Queriendo salir.

—Tu lobo interior está despertando. El entrenamiento físico, combinado con la purificación del veneno, ha comenzado a liberar lo que tu hermana suprimió.

Se acercó, estudiando mi rostro con esa intensidad característica.

—Pero aún no está completamente despierto. Necesitas un catalizador más fuerte.

—¿Como qué?

—Como esto.

Sin previo aviso, Vex se transformó. Pero no completamente en lobo, sino en algo intermedio. Su forma se expandió, músculos ondulando bajo piel que de repente estaba cubierta de pelo oscuro. Sus ojos se volvieron dorados y salvajes, y cuando abrió la boca, reveló colmillos que podrían desgarrar acero.

—Corre —gruñó con una voz que era mitad humana, mitad bestia.

Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Me di la vuelta y corrí hacia los árboles, el corazón martilleando en mi pecho. Detrás de mí, escuché el sonido de garras golpeando la tierra mientras Vex me perseguía.

No era una persecución amistosa. Era depredador y presa, primitivo y aterrador. Y en algún lugar profundo de mi ser, algo respondió a eso.

Me alcanzó en segundos, derribándome con una fuerza que me dejó sin aliento. Rodamos por el suelo forestal, y cuando finalmente nos detuvimos, él estaba encima de mí, sus garras a cada lado de mi cabeza, su rostro transformado a centímetros del mío.

—Lucha —ordenó—. Deja que tu lobo luche.

La ira que había estado hirviendo bajo la superficie durante semanas finalmente hirvió. Grité, y en ese grito había algo más que frustración humana. Era un aullido, primitivo y salvaje.

Y mi cuerpo respondió.

El dolor llegó primero, agudo e intenso, mientras mis huesos comenzaron a cambiar. Mis manos se convulsionaron, garras brotando donde antes había habido uñas humanas. Mi visión se agudizó, colores volviéndose más brillantes, olores más intensos.

La bestia que había dormido en las profundidades de mi alma durante años finalmente había despertado por completo.

Empujé a Vex con una fuerza que me sorprendió tanto como a él. Se apartó rodando, y cuando me puse de pie, sentí el poder corriendo por mis venas como fuego líquido.

Cada centímetro de mi carne parecía vibrar con una energía salvaje que pedía a gritos ser liberada. Apreté los puños experimentando, esperando el dolor familiar de las uñas clavándose en mis palmas, pero en su lugar solo sentí la solidez del acero. Mi cuerpo ya no respondía a las limitaciones humanas.

Un rugido escapó de mi garganta, y el sonido reverberó a través del bosque, asustando pájaros de los árboles.

Vex se transformó de vuelta a su forma humana, pero no se acercó. Permaneció donde estaba, observándome con una mezcla de satisfacción y algo que podría haber sido asombro.

—Por fin despierta —murmuró, su voz baja y desprovista de emoción, pero con un matiz de aprobación.

No respondí con palabras. En su lugar, levanté la cabeza bruscamente para mirarlo directamente a los ojos, un desafío que habría sido impensable solo minutos antes.

Por un momento vi algo que lo sorprendió tanto como a mí: un destello de asombro genuino. La mayoría de los lobos tardaban años en acceder a este nivel de transformación. Yo lo había hecho en cuestión de segundos, impulsada por semanas de entrenamiento brutal y la furia que había estado alimentando desde mi caída.

—Interesante —dijo finalmente—. La mayoría de los lobos tardan años en acceder a este nivel de transformación. Tú lo has hecho en cuestión de segundos.

Sentí mis labios curvarse en algo que no era exactamente una sonrisa.

—Quizás es que tenía más que recuperar que la mayoría.

A partir de ese día, el entrenamiento cambió completamente. Vex abandonó las lecciones básicas en favor de algo mucho más sofisticado y letal. Ya no se trataba solo de aprender a pelear; ahora me enseñaba a canalizar el poder primitivo que corría por mis venas, a convertirlo en un arma controlada.

—El odio puede impulsarte, pero no debe controlarte —me dijo durante una sesión particularmente intensa, mientras bloqueaba un ataque que yo había lanzado con suficiente fuerza como para derribar un árbol—. Un guerrero dominado por la ira es predecible. Un guerrero que controla su ira es letal.

El entrenamiento se volvió más personal también. Vex ya no delegaba mi instrucción a otros; cada sesión era dirigida por él personalmente. Durante el combate cuerpo a cuerpo, me inmovilizaba con movimientos que habrían sido imposibles de escapar semanas atrás, forzándome a encontrar maneras creativas de liberarme.

—Debes aprender a manejar este poder con moderación —mantenía mis muñecas firmemente sujetas, su rostro a centímetros del mío, su voz fría pero no cruel—. De lo contrario, te consumirá como ha consumido a tantos otros antes que tú.

Pero yo ya no era la misma mujer que había aceptado su ayuda semanas atrás. El despertar de mi lobo había traído consigo una confianza feroz que se negaba a ser intimidada. Tensé todos los músculos de mi cuerpo, sintiendo cómo el poder lobuno respondía a mi llamada, y utilicé el impulso para lanzar un contraataque que lo tomó por sorpresa.

Mi velocidad era sobrehumana ahora. Donde antes mis golpes habían sido torpes y predecibles, ahora eran fluidos como el agua y precisos como cuchillas. Mi fuerza había aumentado exponencialmente, pero más importante aún, mis instintos se habían afinado hasta el punto donde podía anticipar los movimientos de mi oponente casi antes de que los hiciera.

Vex bloqueó mi ataque, pero no sin esfuerzo. Por primera vez desde que había comenzado mi entrenamiento, vi que tenía que concentrarse realmente para contrarrestar mis movimientos. Una ceja se alzó ligeramente, y en sus ojos brilló un destello fugaz de algo que parecía peligrosamente cercano a la aprobación.

—Mejor —había algo en su tono que sugería que estaba genuinamente impresionado.

Pero los cambios no se limitaron a mis habilidades de combate. Cada día notaba alteraciones sutiles pero significativas en mi apariencia física.

Una mañana, mientras me lavaba la cara en el lavabo de mi habitación, sentí algo extraño. Al principio fue solo una sensación rara, como si hormigas caminaran bajo mi piel. Cuando me miré en el espejo, vi que las llagas purulentas que habían cubierto mi rostro durante semanas estaban... cambiando.

No desapareciendo, no todavía. Pero cerrándose, sanando de una manera que iba más allá de lo natural. Donde antes había habido solo tejido necrótico y supurante, ahora había piel nueva creciendo, rosada y fresca.

Las erupciones rojas que se habían extendido por toda mi mejilla comenzaron a desvanecerse, retrocediendo como la marea. Gradualmente me di cuenta de que era nueva carne creciendo donde antes había habido solo tejido cicatrizado.

Toqué mi rostro con dedos temblorosos, apenas atreviéndome a creer lo que veía.

Días pasaron, y la transformación continuó. Las llagas se cerraron completamente, dejando atrás solo las más tenues líneas plateadas. Las erupciones desaparecieron casi por completo, reemplazadas por piel que tenía un brillo saludable que no había visto en meses.

Una mañana, mientras me dirigía al río para mi rutina matutina, me detuve al ver mi reflejo en la superficie cristalina del agua. La mujer que me miraba desde las profundidades era reconocible, pero también completamente diferente.

Las cicatrices no habían desaparecido por completo; líneas finas y plateadas corrían desde mi sien hasta mi mentón, recordatorios permanentes de mi calvario. Pero mi rostro había recuperado la estructura ósea elegante que había heredado de mi madre. Los pómulos altos, la mandíbula definida, los ojos que alguna vez Kaelen había llamado hermosos antes de que todo se volviera amargo.

Sin embargo, había algo más en mis ojos que no había estado allí antes. Una dureza, una ferocidad apenas contenida que hablaba de todo lo que había perdido y todo lo que estaba dispuesta a hacer para recuperarlo. Ya no era la Luna ingenua que había tratado de salvar su matrimonio con un amuleto. Era algo nuevo, algo forjado en traición y templado en ira.

—Tu transformación progresa más rápido de lo que anticipé.

La voz de Vex me hizo volverme. Estaba parado a unos metros de distancia, observándome con esa intensidad característica. Pero había algo diferente en su expresión hoy. Algo más suave que la evaluación clínica habitual.

—¿Es eso bueno o malo?

—Depende enteramente de lo que hagas con ella.

Se acercó hasta estar lo suficientemente cerca como para tocar mi rostro. Sus dedos trazaron las líneas plateadas que marcaban mi mejilla, el contacto sorprendentemente gentil viniendo de un hombre que había pasado las últimas semanas lanzándome contra el suelo.

El toque envió una corriente eléctrica a través de mi piel que no tuvo nada que ver con mis nuevos poderes. Era algo más confuso, más complicado.

—Las cicatrices le dan carácter a un guerrero —dijo suavemente—. Las tuyas cuentan una historia de supervivencia que pocos pueden reclamar.

Sentí algo revolverse en mi estómago ante sus palabras, una reacción que no sabía cómo interpretar. Había estado tan enfocada en mi transformación física que había ignorado los cambios más sutiles en la dinámica entre nosotros.

Durante las largas horas de entrenamiento, había comenzado a notar pequeñas cosas. La forma en que sus ojos se demoraban en mí un segundo más de lo necesario cuando completaba un ejercicio particularmente difícil. El tono casi imperceptiblemente más suave de su voz cuando me daba instrucciones después de una sesión agotadora. La manera en que su mano se demoraba cuando corregía mi postura.

Y yo... yo había comenzado a anticipar esos momentos. A buscarlos incluso mientras me decía a mí misma que era solo porque necesitaba su aprobación para progresar en mi entrenamiento.

—¿Estás lista para el siguiente paso? —preguntó, apartando su mano de mi rostro pero sin alejarse completamente.

—¿Qué siguiente paso?

—Has dominado los fundamentos del combate. Tu lobo interior ha despertado. Ahora necesitas aprender a canalizar tus poderes curativos.

Caminó hacia el río, señalando las plantas que crecían en la orilla.

—Tu sangre hizo crecer hierba marchita. Eso sugiere que tu poder no se limita a curar envenenamiento por acónito. Podrías tener la capacidad de manipular la vida vegetal misma.

—¿Cómo se supone que aprenda algo así?

—Experimentando. Probando límites. Fallando hasta que tengas éxito.

Se sacó un cuchillo del cinturón y lo extendió hacia mí.

—Córtate la palma. Deja que tu sangre caiga sobre esas flores marchitas allí.

Miré el cuchillo, luego las flores medio muertas cerca de la orilla del río.

—¿Y si no funciona?

—Entonces intentaremos otra cosa. Pero creo que funcionará. Tu linaje no despierta sin razón.

Tomé el cuchillo y, antes de poder reconsiderarlo, hice un corte rápido a través de mi palma. El dolor fue agudo pero tolerable. Sangre roja brillante brotó inmediatamente, goteando sobre las flores marchitas.

Por un momento, nada pasó. Luego, las flores comenzaron a temblar.

Observé, fascinada, mientras pétalos que habían estado marrones y rizados se enderezaban, su color volviéndose más brillante. Los tallos se fortalecieron, creciendo más altos ante mis ojos. En cuestión de segundos, las flores que habían estado al borde de la muerte florecieron con una vitalidad que desafiaba toda lógica.

—Extraordinario —murmuró Vex, acercándose para observar mejor—. No solo curaste las plantas. Las mejoraste. Eso va más allá de simple curación.

Miré mi palma. El corte ya se estaba cerrando, sanando a un ritmo sobrenatural.

—¿Qué significa esto?

—Significa que tu hermana tenía muy buenas razones para temer tus poderes. Y significa que cuando enfrentemos a Kaelen, tendrás ventajas que él nunca anticipará.

Se volvió hacia mí, y la intensidad en sus ojos era casi abrumadora.

—Los mapas, Seraphine. Ahora que has completado tu entrenamiento básico y tus poderes han comenzado a despertar, es hora de que cumplas tu parte del acuerdo. Necesito esos mapas de la manada de Kaelen.

El recordatorio de por qué estaba aquí, de cuál era el verdadero propósito de todo este entrenamiento, cayó sobre mí como agua fría.

—Los tendré listos en tres días.

—Bien. Porque el consejo tribal es en dos semanas. Y para entonces, necesito conocer cada debilidad de Kaelen, cada punto vulnerable que pueda explotar.

Había algo diferente en su tono ahora. Ya no era el instructor paciente. Era el general planificando una guerra.

—¿Y después? —Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas—. Después de que tengamos los mapas, después del consejo tribal, después de que destruyamos a Kaelen... ¿qué pasa con nosotros?

Vex me miró durante un largo momento, su expresión imposible de descifrar.

—Eso depende enteramente de ti, pequeña loba. Nuestro matrimonio es contractual, recuérdalo. Cuando termine nuestra venganza contra Kaelen, serás libre de irte si así lo deseas.

—¿Y si no deseo irme?

La pregunta quedó suspendida en el aire entre nosotros, cargada de implicaciones que ninguno de los dos estaba listo para examinar completamente.

—Entonces cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él.

Se alejó, pero se detuvo después de unos pasos.

—Descansa hoy. Mañana comenzaremos a trabajar en los mapas juntos. Quiero asegurarme de que cada detalle sea correcto.

Lo observé alejarse, consciente de que algo fundamental había cambiado entre nosotros durante estas semanas de entrenamiento brutal.

Ya no era solo un acuerdo transaccional. Había algo más creciendo en los espacios entre los golpes y las lecciones, entre los momentos de ira controlada y los destellos de aprobación.

Algo peligroso.

Algo que podría complicar todo.

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