El trayecto a Lunarys había sido difícil y repleto de retos, pero ahora que estaba aquí, Aria consideraba que cada paso había valido la pena. A pesar de que ahora tenía que afrontar sola las pruebas del santuario, se prometió a sí misma que no fallaría. El sabio la había conducido a la entrada de un claro, donde tendría que demostrar su dignidad para ingresar al corazón del valle, un sitio en el cual parecía que los dioses habían esculpido la naturaleza.
Arboles de miles años se erguían como vigilantes callados, con sus ramas entrelazadas formando un dosel de hojas plateadas que filtraba la luz lunar, generando un efecto de luz y sombra que parecía moverse en el aire. El suelo estaba cubierto de flores luminiscentes, de tonalidades suaves y brillantes, que parecían un tapiz de estrellas caídas, y con su resplandor etéreo iluminaban suavemente la escena. El aire estaba fresco y limpio, impregnado de una energía que parecía vibrar en cada rincón, como si el lugar mismo tuviera vida y co