Aún resonaba en el aire de Luna Eterna la energía residual del combate, un eco tenue perceptible solo por los más sensibles. La luz del alba, dorada y pálida, se colaba con precaución entre las murallas y torres blancas, proyectando un resplandor plateado que daba la impresión de envolver a toda la ciudad en una capa de esperanza. Sin embargo, entre esa calma engañosa, Aria se mantenía en la cima del muro principal, con su silueta recortada contra el horizonte como si fuera una estatua melancólica. Su mirada, enfocada en la lejanía, trataba de encontrar respuestas en el cielo, tratando de entender los planes del destino.
La batalla en el Oeste había sido una prueba de fuego, un bautismo de sangre que la había cambiado para siempre. Sí, había conseguido regresar con vida después de vencer a la Sombra y a los Segadores una vez más; sin embargo, no acababa de entender el precio que había pagado. Dentro de ella, persistía un peso sordo, una carga invisible que ponía en peligro su espíritu