El amanecer llegó en silencio al Occidente. No se oían voces gritando, celebraciones ni proclamando victoria. La única luz gris y fría que se colaba entre las montañas permitía observar lo que había quedado después del ataque: muros quebrados, ruinas parciales, el aire impregnado de ceniza… y la extraña sensación de alivio que atravesaba todo el territorio como un suspiro agradecido.
Siempre había sido fuerte el viento del Oeste, pero esa mañana se sentía diferente: más limpio, más ligero, como si la naturaleza misma supiera que se había evitado un desastre mayor.
Mirando el horizonte donde las últimas huellas de energía oscura se desvanecieron unas horas antes, Aria estaba ergida en la cima del muro principal. En su pecho aún resonaba el eco del poder que la diosa le había revelado en sueños, el cual la había conducido en combate y aniquilado a los segadores con una sencillez que incluso la dejó inmóvil después.
Los segadores...
Seres inviables, con cuerpos distorsionados y