El amanecer apenas despuntaba cuando Aria abrió los ojos. Por primera vez desde su llegada a Ravendale, el silencio no la envolvía con miedo, sino con una calma extraña, casi engañosa. Miró a su alrededor; la tenue luz del sol se filtraba entre las cortinas, iluminando las partículas de polvo que danzaban en el aire. Buscó a Nerya, pero su cama estaba vacía.
Se levantó, se lavó el rostro con el agua fría del cántaro y alisó su ropa antes de bajar las escaleras. El olor a pan recién horneado la guió hasta la cocina, donde encontró a Nerya ayudando a la posadera.
—Oh, niña, ya despertaste —dijo la mujer, sin dejar de amasar—. Nerya me contó que no te sentías bien.
Aria lanzó una mirada rápida a su amiga. Nerya le respondió con una seña casi imperceptible; ambas sabían que no debían mencionar lo ocurrido la noche anterior.
—Ah, sí, pero ya estoy mejor —dijo Aria, fingiendo una sonrisa.
La posadera la observó con una expresión difícil de descifrar. Por un momento, Aria creyó ver en sus ojos algo parecido al temor, pero la mujer solo murmuró:
—Entonces ven, ayúdanos con estos panes.
Aria obedeció en silencio. Trabajaron durante un largo rato, y entre el aroma dulce de la levadura y el crepitar del horno, la tensión pareció desvanecerse. Sin embargo, la curiosidad de Aria no tardó en imponerse.
—¿Qué hay en la casa en ruinas junto al bosque? ¿Y en la torre abandonada más allá del río? —preguntó, intentando sonar casual.
La posadera se quedó inmóvil. Bajó la voz, y sin mirarla, respondió:
—Es mejor no hablar de eso, niña. Hay cosas que es preferible dejar en silencio.
La advertencia fue suficiente para que Aria comprendiera que había tocado un tema prohibido.
Esa noche, después de ayudar en la cocina, las dos regresaron a su habitación. Nerya rompió el silencio primero:
—Qué mal que no pudimos salir a buscar a Eidan.
—Lo sé. Mañana debemos hacerlo, sin importar lo que pase. —Aria frunció el ceño—. ¿Viste cómo reaccionó la posadera cuando le pregunté por la casa y la torre?
—Sí. Había miedo en su mirada —respondió Nerya, cruzando los brazos—. Este lugar huele a secretos podridos.
Aria asintió, mirando por la ventana. Afuera, las luces de la aldea se apagaban una a una, como si la oscuridad se las tragara.
—Eidan tenía razón —susurró—. Debemos irnos antes de que sea demasiado tarde.
—No sin saber qué está ocurriendo —replicó Nerya—. Si hay peligro, quiero saber de qué tipo.
El silencio se apoderó del cuarto. Entonces, un sonido cortó la calma: un grito ahogado, seguido de un rugido lejano. Las dos se miraron, el corazón latiéndoles con fuerza. No vieron nada en la oscuridad del bosque, pero ambas sintieron lo mismo: algo las observaba.
Al amanecer, salieron de la posada sin ser vistas. El aire estaba frío y el cielo cubierto de bruma. Caminaron hasta el río, donde Eidan las esperaba, apoyado en una roca, como si las hubiera estado aguardando toda la noche.
—Supuse que vendrían —dijo con serenidad—. Quieren respuestas, ¿verdad? Ayer hubo otra desaparición.
Aria lo miró con alarma.
—¿Otra? ¿De qué estás hablando?
—¿No lo han notado? —Eidan arqueó una ceja—. Hay gente que está un día… y al siguiente ya no.
—No lo habíamos notado —intervino Nerya—. Este lugar no parece uno donde ocurran cosas así.
—Pues lo es. Nadie sale de noche. Todos se encierran antes del anochecer. ¿No se preguntaron por qué?
Aria asintió lentamente.
—Sí. Y también hemos visto… cosas.
Eidan entrecerró los ojos.
—¿Acaso vieron a los espectros? que patrullan la aldea.
—Sí, los vimos —admitió Aria—. Pero también vimos un lobo negro. Sus ojos eran rojos como la sangre.
El rostro de Eidan se endureció.
—Entonces es él. El Alfa Sombrío ya sabe que están aquí. No deben quedarse más tiempo.
Nyra, se agitó con inquietud dentro de de Aria, como si también reconociera ese nombre.
—¿El Alfa Sombrío? ¿Quién es? —preguntó en un susurro, como si temiera que alguien más pudiera oírlo.
—Alguien de quien nadie se atreve a hablar… ni siquiera en sueños —respondió la voz, apenas un hilo de sonido cargado de temor.
—Si todo eso es cierto, ¿por qué tú no te has ido? —preguntó Aria, mirándolo directamente a los ojos.
Eidan sostuvo su mirada sin parpadear.
—Porque yo era uno de sus experimentos. No lo lograron del todo conmigo, pero tampoco me dejaron marchar. Me dejaron vivir… para observar hasta dónde llegaría.
Un silencio espeso los envolvió. Aria sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Nyra gruñó suavemente, no con rabia, sino con empatía.
—Entonces no solo tú estás atrapado —dijo Aria con voz baja—. Todos aquí lo están.
—Exacto —asintió Eidan—. Y si quieren sobrevivir, deben irse antes de la próxima luna llena. Es cuando él sale de la torre.
—¿Y tú? —preguntó Nerya con firmeza.
Eidan sonrió con amargura.
—Yo ya no tengo a dónde ir. Pero si ustedes lo intentan… las ayudaré.
Aria sintió el mismo temor que la noche anterior, pero esta vez lo acompañaba una decisión firme.
—Entonces debemos hacerlo hoy —dijo con determinación—. No podemos esperar más.
Regresaron a la posada, reunieron sus cosas y esperaron a que la aldea durmiera. Esa noche, entre las sombras del bosque, Eidan las guió por un sendero oculto que bordeaba el río y se perdía entre los árboles.
—Es la única salida sin ser vistos —explicó—. Pero hay guardias… lobos bajo su control. No sé si son humanos o transformados, pero obedecen a su alfa sin voluntad propia.
Aria apretó los puños. Sentía el rugido de Nyra resonando en su interior.
—Podemos hacerlo. No pienso quedarme atrapada aquí.
Nerya asintió.
—Entonces, hoy nos marcharemos de Ravendale.
El viento soplaba con fuerza cuando partieron. La luna, alta y pálida, parecía vigilarlas desde lo alto. Eidan iba al frente, moviéndose con sigilo entre las sombras. Cada crujido de rama hacía que Aria se tensara; el aire olía a peligro, a magia y a sangre antigua.
Cuando alcanzaron la orilla del río, el silencio se rompió. Dos figuras emergieron de entre los árboles: hombres de ojos completamente negros, vacíos de alma.
—No son humanos —murmuró Nerya, transformando sus manos en garras.
Las criaturas se lanzaron sobre ellos con una rapidez sobrehumana. Eidan desenfundó su cuchillo, y el combate estalló.
El sonido del metal contra garras llenó la noche. Nerya derribó a uno, pero el otro logró sujetar a Eidan. Aria sintió a Nyra rugir dentro de ella; sus ojos se iluminaron de azul intenso y un rugido salvaje escapó de su garganta. Con fuerza descomunal, lanzó a la criatura contra un árbol, rompiéndole el cuello.
El bosque quedó en silencio. Solo el murmullo del río los acompañaba.
—¿Están bien? —preguntó Aria, jadeando.
—He estado peor —bromeó Nerya, limpiándose la sangre del brazo.
Eidan sonrió débilmente.
—No imaginaba que fueras tan fuerte, Aria.
Ella bajó la mirada.
—Ni yo lo sabía.
Entonces, un aullido profundo resonó en la distancia. Largo, desgarrador… inhumano.
Eidan palideció.
—Es el viene por nosotros.
Del otro lado del río, las sombras comenzaron a moverse. Decenas de ojos brillaron en la oscuridad.
—¡Corran! —gritó Nerya, tomando a Aria del brazo.
Corrieron entre los árboles, con Eidan detrás. Los rugidos los seguían, cada vez más cerca. No se detuvieron hasta que Ravendale quedó atrás, reducida a un punto invisible bajo el resplandor de la luna.
Cuando el amanecer los alcanzó, se ocultaron entre las rocas de una colina alta. Exhaustos, apenas podían hablar.
Nerya se dejó caer contra un tronco.
—Definitivamente, no era un lugar tranquilo.
Eidan soltó una risa ronca.
—Te lo dije.
Aria miró el cielo, aún temblorosa.
—Ese alfa… ¿por qué hace esto?
Eidan suspiró, mirando el horizonte.
—Porque puede. Porque nadie se atreve a enfrentarlo. Y porque busca algo. Algo que aún no ha encontrado.
—¿Qué busca? —preguntó Aria, con la voz apenas audible.
Eidan la observó con una mezcla de tristeza y advertencia.
—A una loba de linaje real.
El aire pareció detenerse. Nerya levantó la cabeza de golpe.
—¿Qué dijiste?
Eidan se encogió de hombros.
—Solo repito lo que escuché. Dicen que su sangre puede restaurar el poder de una manada caída. Que su energía está ligada a la luna misma.
Aria guardó silencio. Dentro de ella, Nyra permanecía en calma… pero vigilante.
El destino la seguía de cerca, aunque ella aún no supiera quién era realmente.