El bosque se extendía sin fin delante de ellos, envuelto en una densa niebla que parecía moverse como un ser vivo. El aire olía a hojas en descomposición, a peligro y a lluvia antigua, y las ramas crujían bajo el peso del viento. Aria marchaba calladamente, con la capucha de su abrigo rasgado ocultándole la cara; Nerya y Eidan lo seguían, pendientes de cualquier sonido. Estaban alejados de Ravendale desde hacía tres días. Tres días habían pasado desde que escaparon en plena noche, abandonando las sonrisas fingidas y las miradas vacías de un pueblo que había escondido más muertes de las que exhibía. Ahora solo querían respuestas y un lugar donde refugiarse.
—No deberíamos seguir avanzando sin parar —dijo Eidan en voz baja, mientras observaba a su entorno—. Este bosque no es parte de ninguna manada conocida. Es tierra virgen. —¿Te gustaría más dormir al aire libre, donde cualquiera nos pueda encontrar? —Nerya respondió, cruzándose de brazos—. No estaremos a salvo hasta que crucemos el río. Aria los oía, aunque su mente estaba distante. Cada paso que daba la aproximaba a algo desconocido, algo que su pecho percibía antes de que su mente lo entendiera. Las noches se habían vuelto más pesadas desde que abandonaron Ravendale. Soñaba con lobos de ojos plateados que corrían bajo una luna ensangrentada. Oía su nombre pronunciado con un susurro entre los árboles, una voz melódica y triste que parecía provenir de su interior. "Despierta, hija de la luna... no puedes morir con el linaje". Se estremeció. Antes de conocer a Nerya, ya había escuchado esa voz, pero ahora los sueños eran más fuertes. En ocasiones, se despertaba con las mejillas mojadas y el corazón latiendo rápido, sin recordar si había llorado o aullado. —¿Te encuentras bien, Aria? —inquirió Nerya al observar que se detenía. Aria hizo un gesto afirmativo. —Solo estoy fatigada. Eso es todo. Sin embargo, Eidan la observó con más atención. Observé las sombras que había debajo de sus ojos, así como la ligera temblorosa de sus manos. Existía algo dentro de ella que se estaba expandiendo, un poder adormecido, algo que ni siquiera ella comprendía. Al anochecer, hallaron una cueva al lado de un arroyo. Eidan encendió una hoguera pequeña y, por fin, el calor les proporcionó un alivio. Aria se reclinaba sobre un manto improvisado, observando la entrada de la cueva y el cielo oscurecido más allá; Nerya, en tanto, se acomodó cerca del fuego. El silencio fue interrumpido únicamente por el sonido de las llamas crepitando. —¿Piensas que todavía nos persiguen? —inquirió Nerya. —Sí, Ravendale esta controlado por el Alfa Sombrío —contestó Eidan con seriedad—. Y no parará hasta que te encuentre, Aria. Ella miró hacia arriba, sorprendida. —¿Por qué afirmas eso? No soy nadie... Eidan la miró, titubeante. —Porque ese Alfa persigue algo más que el poder. Busca sangre. Y la tuya... es inusual. Aria pensó en protestar, pero sintió un pinchazo en su cabeza, como si algo estuviera quebrándose dentro de su mente. Cuando cerró los ojos, el fuego pareció extinguirse. De repente, se encontraba en otro sitio. Un terreno cubierto de flores de color azul. Una loba blanca y gigante se erguía sobre una piedra, con lágrimas en los ojos. "Te ocultaron bien, pequeña, pero no podrás escapar de lo que eres." Era la misma voz que en sus sueños. Suave, maternal, como si la hubiera conocido. —¿Quién eres? —interrogó Aria, mientras giraba sobre sí misma y percibía la vibración del aire—. ¿Qué es lo que deseas de mí? "No tengas miedo. Pronto recordarás. Pero primero... sobrevive. El paisaje se desvaneció cuando abrió los ojos. Eidan la sostenía de los hombros, -¡Aria! -gritó-. Estabas temblando. Ella miró a su alrededor mientras jadeaba. El fuego continuaba ardiendo, pero el aire había variado. La cueva estaba impregnada de un hedor a hierro y descomposición. -¿Lo hueles? -susurró Nerya. Eidan ya había tomado una posición de pie, con la mano en el cuchillo que portaba al cinturón. Un bajo gruñido resonó entre los árboles. No era un lobo ordinario. Sonaba más... torcido. Después, los vieron. Tres seres aparecieron desde la oscuridad. Se parecían a lobos, pero sus cuerpos estaban desfigurados y sus ojos tenían un brillo rojizo y patológico. Una sustancia oscura que chisporroteaba al tocar el suelo goteaba de sus garras. -No son naturales... -dijo Eidan en voz baja-. Son sabuesos del Alfa sombrio. Aria sintió que un escalofrío le recorría la espalda . Las bestias se acercaban lentamente, mientras gruñían y los rodeaban. Nerya se ubicó frente a ella, convirtiéndose parcialmente en su lobo plateado que brillaba en su mirada. -¡Aria, atrás! -exclamó Eidan. Sin embargo, uno de los seres se abalanzó sobre ellos. Eidan la esquivó por poco, pero terminó clavándole el cuchillo en el costado. El sabueso ladró, pero no cayó. Aria recibió otro salto, y en ese momento algo dentro de ella se despertó. Sintió que el aire se torcía. Su corazón palpitó con una fuerza salvaje y, por un momento, sus ojos se encendieron con un brillo azul profundo. Al extender su brazo, una ráfaga de energía invisible lanzó a la bestia varios metros hacia atrás, lanzandola contra la roca. Eidan y Nerya quedaron petrificados. Aria estaba aterrorizada, observando sus manos mientras le costaba respirar. -¿Qué fue eso? -susurró. Eidan la observó con una combinación de respeto y asombro. -Eso fue poder de linaje... -¿Poder de linaje? -preguntó Aria, frunciendo el ceño. ¿De qué estás hablando? -No estoy seguro pero no cualquiera tiene esas habilidades -contestó Eidan, sin desviar la vista de ella y con seriedad. -Pero yo... no sé qué es esto, ni de dónde viene -balbuceó Aria, asustada y confundida. -No hay tiempo para explicar -dijo Nerya, con urgencia en su voz. Debemos marcharnos; más tarde descubriremos qué es eso que está en tu interior. El último sabueso se retiró, lastimado, y emitió un aullido que heló la sangre. No era solamente un grito... era una llamada. Eidan lo comprendió inmediatamente. -Debemos movernos ahora. vendrán más. Se llevaron sus pertenencias y abandonaron la cueva. La luna llena se alzaba sobre los árboles en una noche fría. Aria sentía que algo inmenso se movía dentro de ella, una fuerza incontrolable. Anduvieron durante horas hasta que el bosque empezó a despejarse. Finalmente, arribaron a una colina desde la cual se divisaba el valle envuelto en niebla. El alba pintaba el horizonte de un rojo como la sangre. Nerya se desplomó en la hierba, cansada. -¿Qué eran esas cosas? Eidan no contestó de inmediato. -Seres malditos. Lobos de antaño transformados en monstruos por un Alfa que prometió vengarse de la sangre real. Aria lo miró con el corazón contraído. -¿Por qué me atacan a mí? No tengo relación alguna con eso. Eidan la observó en silencio. -No lo sé, tal vez tú estés relacionado con la sangre real. El Alfa Sombrío puede que lo recuerde, pero tú no. Y si te quiere muerta, es porque eres más importante de lo que piensas. - Yo solo soy una loba huérfana; fui desamparada en el bosque. ¿Cómo piensas que podría tener alguna relación con la sangre real? Eidan miró a Nerya y ella le indicó con una señal que no continuara. El viento sopló con fuerza, alzando mechones del cabello oscuro de Aria. Ella dirigió la mirada hacia el horizonte, donde una banda de luz plateada delimitaba el bosque. Por un momento, le pareció que había una figura de pie entre los árboles, mirándolos. Una figura alta, vestida con una capa de color negro. Parpadeó, y desapareció. Suspiró. -No tengo idea de hacia dónde vamos. -Entonces iremos a un lugar donde nadie nos busque -dijo Nerya, al levantarse. Pero no estás sola, Aria. Eso es todo. Eidan sonrió con calidez, lo que era un contraste con la tensión del instante. -Y si ese Alfa te quiere, tendrá que pasar sobre mí antes. Aria esbozó una sonrisa tenue. Nunca antes había sentido algo como la esperanza, pero ahora sí. Sin embargo, esa sensación fue efímera. Un aullido lleno de rabia se escuchó cuando el sol terminó de salir. Eidan se levantó de inmediato. -Él viene por nosotros. La columna de Aria se vio atravesada por el miedo. Su pecho ardía; dentro de ella, el poder vibraba como una llama. Cerró los ojos y la voz de sus sueños regresó, más nítida que antes: "Ve rápido, hija de la luna... pero no olvides quién eres." Aria abrió los ojos y comprendió que nada volvería a ser igual. Con el miedo palpitando en sus venas como fuego, emprendieron la fuga corriendo a toda velocidad. El viento azotaba sus rostros y las ramas se quebraban bajo sus pies. Aria y Nerya se miraron rápidamente; no había tiempo para titubear. En un instante, sus cuerpos empezaron a transformarse, los músculos y los huesos se ajustaban al llamado ancestral de la luna. De repente, entre la niebla del bosque aparecieron dos lobas: una blanca con ojos brillantes y otra plateada con pelaje resplandeciente. Como dos relámpagos atravesaban el bosque, corriendo a toda prisa. Por el contrario, Eidan no tenía la capacidad de transformarse. Su respiración se tornó agitada y su marcha torpe empezaba a detenerlo. —¡Sube! —le dijo Aria con un gruñido entrecortado. Él dudó solo un segundo, pero el rugido que resonó detrás de ellos no dejó lugar para la incertidumbre. A pesar del peso adicional, la loba blanca no redujo su paso. No iba a abandonar a su amigo. La fuerza que ardía en su pecho, era tan sólida como el propósito que relucía en sus ojos azules. Se desplazaron entre los árboles eludiendo raíces y brincando sobre rocas cubiertas de musgo, mientras la sombra oscura los seguía, callada e inflexible. A medida que el aire se tornaba más denso, impregnado de una energía que les erizaba el pelaje. Era como si el bosque entero mantuviera la respiración, asustado de lo que los cazaba. El silencio se vio interrumpido por el ulular de un búho distante, y durante un momento Aria pensó que sentía la proximidad de algo detrás de ella: fría, poderosa e imposible de pasar por alto. El Alfa Sombrío los perseguía y no parecía tener la intención de dejarlos escapar. Una ráfaga oscura se precipitó entre los árboles tan rápidamente que casi no fueron capaces de percibirla, mientras el suelo vibraba bajo sus patas. Mientras Aria aumentaba la velocidad, Nerya mostró los colmillos y gruñó. La salida del bosque estaba cerca; podía oler el río, sentir el aire más liviano... sin embargo, había algo que no iba bien. La dirección del viento se modificó. El aroma a tierra mojada se combinó con otro, más intenso y más viejo... él estaba cerca. Entonces, en la mente de Aria resonó una voz profunda, tan nítida como si hubiera sido susurrada junto a su oído: —Corre todo lo que desees, lobita... pronto no tendrás a dónde escapar. El rugido que vino después provocó un temblor de tierra. Aria se volvió, y sus ojos azules se encontraron con dos esferas rojas que brillaban en medio de la penumbra. Y en ese momento, se dio cuenta de que el Alfa Sombrío estaba más cerca de lo que creia.