El aire era denso, como si cada partícula estuviera compuesta de oscuridad. Un viento helado vagó por los corredores del castillo, murmurando secretos en un idioma que el tiempo había perdido. Las torres no llegaban a ser iluminadas por la luna; todo parecía estar en un atardecer perpetuo.
Aria abrio los ojos con dificultad. La piedra negra cubría el techo de la habitación; estaba llena de runas que relucían con una suave luz carmesí. Se introdujo despacio, sintiendo la piel helada del suelo. Su cuerpo dolía como si lo hubieran arrastrado por una tempestad, y vestía una túnica gris.
Cuando una voz conocida sonó en su mente, le faltó el aliento.
-Despierta, Aria... -Era Nyra, su loba, hablando desde lo más profundo de su alma-. No estás muerta. Todavía tenemos la capacidad de resistir.
Aria trató de tranquilizar el temblor de sus manos, cerrando los ojos por un momento. Su cuerpo se sometía al miedo, pero su espíritu no cedía. Se puso de pie y miró la habitación: una celda espaciosa