El amanecer se filtraba por las cortinas del despacho de Salvatierra cuando terminó de redactar su discurso. Las palabras pesaban sobre el papel como lápidas. Cada frase medida, cada párrafo calculado para cortar de raíz cualquier especulación. Una renuncia limpia, sin dramas ni justificaciones excesivas. Profesional hasta el final.
Afuera, la universidad despertaba con su habitual bullicio. Estudiantes que llegaban temprano, el personal administrativo preparando las oficinas, la vida académica que seguiría su curso sin él. Dobló el papel con precisión y lo guardó en el bolsillo interior de su saco. El reloj marcaba las 7:15. La reunión de la junta estaba programada para las 10:00.
Su teléfono vibró sobre el escritorio.
Clara.
—¿Dónde estás? —preguntó ella, con la voz entrecortada—. Pasé por tu casa y no estabas.
—En mi despacho. Preparando algunas cosas para la reunión.
El silencio al otro lado de la línea le dijo todo lo que necesitaba saber. Ella lo había intuido.
—Voy para allá —s