No podía moverme. Sentía el cuerpo congelado por dentro, como si el alma se hubiese replegado, demasiado asustada del peso que ahora caía sobre nosotros.
Las palabras del abuelo de Eirik se repetían en mi mente como un eco maldito:
“Nunca volverá a amarlos como ahora.”
Después de días de sentirlo perdido por culpa de esos seres oscuros, Aldan había vuelto con nosotros. Eta como un grito de esperanza escuchado por los espíritus ancestrales.
Eirik y yo no sabíamos si alegrarnos al tenerlo de vuelta a temer por eso. Todo era tan confuso, tan extraño como real.
Mi cachorro, estaba acurrucado en el regazo de Eirik, respiraba agitado. Sus ojos... cambiaban por momentos.
Se abrían y cerraban como si dentro de él dos voluntades pelearan por el dominio de su ser. Por momentos era él, mi pequeño cachorro… y luego, no. Luego era algo más complejo y extraño. Algo que me erizaba la piel.
—Esto no está bien —murmuró Ei