El camino de regreso me pareció interminable.
Cada paso que dábamos era como cargar con todo el peso de nuestras derrotas, como arrastrar las esperanzas que apenas nos quedaban.
La luna brillaba sobre nuestras cabezas, fría e indiferente, bañando el sendero de un resplandor fantasmal. Nadie decía una palabra. Hasta el viento, eterno compañero de nuestras andanzas, había callado. Como si el mundo entero aguardara, conteniendo el aliento, el desenlace de nuestra travesía.
Cuando finalmente llegamos a la cabaña oculta entre los árboles, el corazón me latía tan fuerte que apenas podía respirar. Allí nos esperaba el misterioso aliado.
Aquel ser de mirada insondable que parecía habitar un lugar intermedio entre la luz y la oscuridad.
Se levantó lentamente al vernos llegar, como si ya supiera todo lo que había ocurrido. Su figura envuelta en ropajes oscuros apenas se movió cuando susurró:
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