El Umbral de la Redención
El alba despunta con un resplandor tímido tras los robles, pintando de dorado las espesas copas que circundan la aldea. Los murmullos se disipan y el silencio se extiende, suave y solemne, como un abrazo ancestral. Ante la Torre del Final, Aldan —ahora el Lobo Renacido— se yergue junto a Liria, cuyos ojos brillan con la esperanza y el orgullo de saber que, incluso en la forma más salvaje, late un corazón fraterno.Eirik y yo avanzamos, hombro con hombro, por el sendero cubierto de hojas marchitas. Al acercarnos al portal donde dormitan las runas del Último Sellado, sentimos la vibración de un poder expectante.El aire denso huele a tierra quemada y a promesa, a renacimiento y a destino cumplido. A mi lado, Naya respira hondo, apretando la mano de nuestra hija menor, cuya presencia ahora simboliza los lazos inquebrantables entre ambos mundos.—Hijos del bosque —dice Eirik alzando la voz—, hemos llegado al Umbra