El viento susurraba entre los árboles, como si conociera el secreto que mi corazón guardaba. Había vuelto a la aldea antes del amanecer, pero la inquietud no me dejaba descansar. Las miradas de mi padre y mi prometido parecían perforar mi alma, como si pudieran ver a través de mí, como si supieran.
Pasé la mañana con las ancianas, preparando cestas y recolectando hierbas. Mi mente, sin embargo, estaba lejos, en el claro del bosque donde Eirik y yo nos habíamos prometido amor eterno. Pero algo me perturbaba: ¿Qué pasaría si mi padre o mi prometido se enteraran de Eirik?
El temor acechaba mis pensamientos, no podía perder a Eirik, tampoco a mi manada.
Mi alma se dividía entre el amor y el deber.
Al caer la tarde, mi padre me llamó a su tienda.
—Lyra, siéntate —dijo con un tono grave que me heló la sangre.
Me senté frente a él, intentando ocultar mi nerviosismo.
—He notado que últimamente estás distraída, incluso esq