Busqué el contacto de Eva y adjunté la foto con una sonrisa malévola en mi rostro. Mi dedo se detuvo un instante sobre el botón antes de presionarlo. Imaginé su rostro al verla: su angustia y humillación, un sufrimiento que ella no podría soportar. No podía esperar a presenciar las consecuencias.
Mientras caminaba hacia mi auto, no podía dejar de sonreír. Ese era solo el comienzo del sufrimiento de Eva; se lo merecía por creer que podía arrebatármelo todo.
Me senté en el auto contemplando la foto. Max y yo nos veíamos perfectos juntos, mucho mejor que él con Eva. Visualicé el inevitable desenlace: Eva destrozada sin poder contener las lágrimas, confrontando a un Max demasiado ebrio para recordar nada. Todo sería un caos porque él la pondría en su lugar. Su matrimonio se desmoronaría y yo estaría ahí para consolar a Max y ocupar su lugar.
Arranqué el auto, sin poder contener mi sonrisa. —Lo siento, Eva —grité, aunque nadie podía oírme—. Pero Max nunca fue tuyo. Siempre ha sido mío.
Mien