Punto de vista de Max
Me detuve frente a la mansión de mi abuelo sintiendo náuseas. Los portones imponentes, el jardín inmaculado, aquel silencio peculiar... todo estaba igual, pero ese día se sentía distinto. Un nudo me oprimía el estómago.
Salí del auto y ajusté mi traje, aunque el frío no era la razón de mis temblores, la llamada de mi abuelo anoche me había paralizado. Sus citaciones a la casa familiar nunca traían buenas noticias y por su tono, intuí que enfrentaría algo terrible.
Apenas entré, el mayordomo apareció y me condujo al despacho, ese lugar imponente donde mi abuelo no solo cerraba todos sus grandes acuerdos sino que controlaba a quienes lo rodeaban, el mismo sitio donde construyó la empresa que ahora se suponía que yo debía dirigir.
Al entrar, la puerta se cerró con un clic detrás de mí. Ahí estaba él, sentado tras su imponente escritorio como siempre, sin molestarse en levantarse como nunca lo hacía. Su sola presencia, aun inmóvil, irradiaba poder.
—Maximiliano —dijo