—¿Qué pasa, mamá? No me asustes… —¿Por qué estás llorando? —preguntó Aisel, acercándose preocupada al ver el rostro desencajado de Clara.
Clara respiró hondo, tratando de contener el llanto. Su mirada se llenó de tristeza y también de rabia contenida.
—Hija… te diré la verdad —dijo al fin, con voz entrecortada—. Esa mujer… Cristina… está coqueteando con tu padre, y yo siento que lo estoy perdiendo.
Aisel abrió los ojos con asombro. Su corazón se encogió, y un nudo amargo se formó en su garganta.
—¿Qué… qué dices, mamá? —murmuró—. ¿Esa mujer está coqueteando con papá?
Clara asintió despacio, fingiendo dolor y tristeza.
—Así es, hija… —susurró—. Los vi con mis propios ojos. Ella se le acerca demasiado, le sonríe, lo mira con una dulzura que no es propia de una mujer casada… y tu padre, en lugar de apartarla, le sigue el juego. No sabes cuánto me duele, Aisel.
Aisel sintió que la sangre hervía en sus venas. Cerró los puños con fuerza.
—¡Me va a escuchar esa mujer! —dijo con rabia, dando