Cristina y Ruben, quienes permanecían de pie junto a la amplia mesa de cristal. El ambiente se había relajado un poco después de la tensión que se había vivido con Elio, pero aún flotaba en el aire una mezcla de nervios y atracción contenida.
Rubén la observó con esa sonrisa que a ella siempre le descolocaba.
—Bueno… —dijo él, acomodando los papeles dentro de su carpeta—. Gracias por permitir que mi empresa pueda ayudarte, Cristina. No sabes cuánto significa esto para mí.
Cristina lo miró con serenidad, aunque su corazón latía rápido.
—Gracias a ti, Ruben. Sabes bien que este ha sido mi mayor anhelo: levantar esta empresa. Es mi legado, y no permitiré que caiga —respondió con voz firme, pero dulce.
Él asintió, admirándola.
—Siempre supe que eras una mujer fuerte. Pero verte así, tan decidida, tan dueña de ti misma… me enorgullece, Cris —dijo con sinceridad.
Ella lo miró un segundo más, y luego apartó la vista.
—No digas eso, Ruben. No quiero que confundas las cosas —dijo, intentando m