—Aló —dijo Rubén, con voz serena pero cargada de intención, sin apartar la mirada de Elio.
El celular reposaba sobre la mesa, con el altavoz encendido.
La voz de un niño se escuchó débil al otro lado de la línea, temblorosa pero llena de alegría.
—¡Hola, tío! —saludó Isaac con entusiasmo.
Elio sintió que el aire le abandonaba los pulmones. Su corazón latió con fuerza desbocada, y por un segundo el vaso de whisky tembló entre sus dedos. Esa voz… esa voz delicada y pura atravesó cada defensa que había intentado construir.
Rubén esbozó una sonrisa leve, mirándolo fijamente.
—Hola, campeón —respondió con naturalidad—. ¿Cómo estás?
—Bien, tío. Solo quería que me dieras las buenas noches —dijo el niño con ternura—. Y quería saber si nos vamos a ver pronto. Quiero verte, te extrañé mucho.
Elio apretó la mandíbula, sus ojos se llenaron de furia contenida y dolor. Cada palabra que salía de su hijo era como una daga que se hundía lentamente en su pecho. “Te extrañé mucho, tío…” Esa palabra reso