Capítulo 31

Mientras tanto, Elio Caruso observaba cómo el auto de Cristina se alejaba en la oscuridad de la noche. Apretó con rabia sus manos, conteniendo la frustración que lo consumía. Subió a su coche y, con la voz fría y dura, le ordenó al chofer:

—Llévame al club.

—Sí, señor.

El trayecto fue silencioso. Elio permaneció con la mirada fija en la ventanilla, masticando la ira que lo carcomía. No podía aceptar lo que acababa de escuchar: su hijo no llevaba su apellido. Eso lo hacía hervir por dentro.

Al llegar al club, un mesero lo recibió con la formalidad de siempre y lo condujo hasta su lugar preferido, una mesa en la esquina con vista al salón. Apenas se sentó, le sirvieron un vaso de whisky. Elio lo tomó de un solo trago, dejando que el ardor en la garganta le calmara la tormenta interna.

—¿Cómo fuiste capaz de alejarme de mi hijo, Cristina? —murmuró para sí mismo, apretando el vaso contra la mesa—. ¿Cómo pudiste negarme su existencia?

Pidió otro trago y lo bebió con la misma rapidez. Sus p
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