Cristina tomó asiento al lado de Isaac, colocando una mano protectora sobre el hombro del niño. Elio observó el gesto; le resultaba irritante cómo ella lo usaba como un escudo humano. La empleada le sirvió un plato de huevos benedictinos, pero Cristina ni siquiera tomó los cubiertos.
—Come rápido, hijo, para que no llegues tarde al colegio. El tráfico hoy parece estar pesado —le dijo Cristina a Isaac, ignorando por completo la presencia de los otros dos adultos.
—Está bien, mamá —murmuró el niño.
Elio observó cómo Cristina jugaba con la comida, cortando un pequeño trozo de pan solo para desmenuzarlo con el tenedor. Sus dedos temblaban imperceptiblemente.
—¿No piensas comer, Cristina? —preguntó Elio, rompiendo el silencio del comedor con una voz que pretendía ser conciliadora, pero que sonaba a advertencia—. No has probado bocado y tienes una jornada larga por delante.
Cristina levantó la vista y lo miró directamente a los ojos. Elio vio en sus pupilas un odio tan profundo que por un s