Elio no iba a ceder la imagen de la esposa perfecta por un simple acuerdo legal. Cristina sabía que la única moneda de cambio que funcionaría con él era el miedo. El miedo a la humillación.
—Tengo que encontrar una manera, Jessica. Algo que lo golpee, que lo ponga contra las cuerdas. Algo que lo obligue a elegir entre su imagen y su obsesión. Algo que salga a la luz —dijo Cristina, su voz bajando a un tono conspirativo.
Jessica la miró, entendiendo al instante el giro que tomaba la conversación. El rostro de Cristina, normalmente tan compuesto, ahora era el de una mujer dispuesta a ir a la guerra.
—¿Estás pensando en exponer a Elio Caruso en un escándalo? —preguntó Jessica, con una mezcla de cautela y fascinación.
Cristina sonrió, y esta vez, la sonrisa fue fría y completamente estratégica.
—Es mi libertad la que está en juego, Jessica. No solo mi vida, mi futuro. Y quiero ser libre de este apellido, de este silencio, de esta jaula.
La única manera de forzar la firma era hacer que la