—¡Óscar siempre ha sido un hombre débil, Elio! —espetó Roxana, su voz volviendo a ser un cuchillo helado—. Está emocionalmente vulnerable; acaba de perder a su padre. Diré que esa copia es falsa, que el viejo la manipuló para sembrar cizaña. ¡Lo haré buscar la clínica para hacer nuevos exámenes y ganaré tiempo!
—¡Ya cállate, Elio! ¡Maldición! ¡Algo se me ocurrirá! —Roxana estaba ahora completamente vestida con la bata, sus ojos fijos en la nada, su mente trabajando a mil por hora—. Nadie me quitará lo que es mío. Y nadie te quitará a ti el apellido que llevas y la fortuna que te pertenece. ¡Ni ese papel ridículo, ni Cristina, ni nadie! Yo te lo di, y yo lo mantendré.
—¿Y si me repudia, madre? —preguntó Elio, con el miedo infantil filtrándose en su voz—. ¿Sí me quita el apellido y me expulsa de la Corporación? ¡No tiene que demostrar la paternidad, solo que yo no soy suyo!
—No lo hará. No, si mantienes tu postura de víctima inocente. Óscar te ama, Elio. Te crió. Juega con eso. Yo manej