– La telaraña invisible
Justo antes de cruzar el umbral de la oficina, Cristina se detuvo en seco. Sus manos, instintivamente, busco en los bolsillos de su saco y no encontro nada. El pánico la asaltó por una fracción de segundo: el teléfono. No podía dejarlo. Si Rubén llamaba, si ese hombre volvía a llamar… necesitaba tener el control.
—Olvidé mi celular —murmuró, girando sobre sus talones.
Caminó deprisa hacia el escritorio, sintiendo la mirada de Elio clavada en su espalda. Él no dijo una palabra, ni se quejó por el retraso. Simplemente se quedó allí, parado junto a la puerta con una paciencia antinatural, observando cada uno de sus movimientos con una intensidad clínica, como quien estudia a un insecto atrapado en un frasco.
Cristina tomó el móvil con fuerza, sintiendo el metal frío contra su palma, y regresó junto a ellos.
—Listo —dijo, evitando los ojos de su esposo.
El trayecto hacia el restaurante fue un suplicio silencioso. El aire dentro del auto estaba tan cargado que costa