Enzo, respirando agitadamente, cerró los ojos y apoyó la cabeza en el respaldo del sillón. No era el hombre fuerte de antes. Era un padre asustado, tercamente aferrado a sus creencias, dispuesto a herir a su propio hijo por miedo a perderlo.
—Enzo, te equivocaste al hablarle así a nuestro hijo.
—¿Acaso no te das cuenta, mujer, de lo que nuestro hijo está haciendo? —exclamó Enzo, caminando de un lado a otro por la sala, con el rostro completamente enrojecido de furia—. ¡Nuestro hijo se ha convertido en el amante de una mujer casada, Ángela! ¿Dónde quedó la educación que le dimos a ese muchacho, dime? ¿En qué se ha convertido?
Ángela lo observaba desde el sofá, intentando mantener la calma mientras sus manos temblaban levemente sobre su regazo.
—Enzo… por favor, baja la voz —susurró—. No debiste hablarle así a tu hijo. Él siempre ha estado a tu lado, siempre te ha respetado y hace lo que le pides.
—¡Pues esta vez no! —interrumpió Enzo, golpeando la mesa con la palma de la mano—. Es la p