El avión surcaba el cielo en silencio, dejando una estela blanca entre las nubes. Rubén miraba por la ventanilla, con el rostro apoyado sobre una mano y el corazón lleno de pensamientos que no lograba ordenar. A su lado, su hija Aisel dormía profundamente con la cabeza recostada en el regazo de Clara, la mujer que lo acompañaba en el viaje y quien, al notarlo tan distraído, prefirió no interrumpirlo.
El ruido constante del motor era lo único que rompía aquel silencio que se había instalado entre ellos. Rubén respiró hondo y cerró los ojos unos segundos.
Su mente lo traicionaba una y otra vez: veía el rostro de Cristina, su mirada triste cuando no respondió su llamada, la forma en que sus labios temblaban cuando intentaba ocultar lo que sentía.
"¿Por qué no me has llamado, Cristina?" pensó, con un nudo formándose en su garganta.
"Debí despedirme de ti, aunque fuera por última vez. Todo fue tan rápido… y ahora siento que todo se está saliendo de control."
Su padre, don Ernesto, estaba g