Capítulo 34. No te vayas.
Ares pasó lentamente la mano por la mejilla abofeteada. No hubo rabia, solo una profunda conmoción y comprensión.
La rabia de Lyanna era real. Su dolor era real. La bofetada... la bofetada era la prueba de que ella no era igual a Lena.
El silencio que quedó después de la bofetada era más fuerte que el golpe. Más pesado. Más violento.
Él siguió quieto, con la mejilla roja, respirando como si acabara de correr una maratón. Sus ojos grises no entendían, no procesaban, no sabía si odiar o suplicar.
—Basta —dijo Ares, por fin, su voz era solo un murmullo—. Tienes razón. Lo siento. Fui cruel.
Lyanna no esperó nada de él.
No quería.
No podía.
Se dio media vuelta sin decir una palabra, con la mandíbula apretada y los ojos llenos de lágrimas que se negó a derramar frente a él. Sintió la mirada de la suegra clavada en su espalda, como si quisiera quemarla viva. Pero no se detuvo.
Entró en la mansión. Caminó directo por el pasillo. No escuchó pasos detrás, pero sabía que vendrían.
Y vinieron.
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