Capítulo 33. El precio de la dignidad.

Lyanna sintió que el terror la paralizaba. Ramiro, asustado por la figura imponente de la matriarca, retrocedió un paso, sin dejar de mirar a Lyanna.

—S-señora, yo... yo solo vine a dejar el pedido. Yo la conocí a ella, a Lyanna, hace poco. Éramos vecinos.

La Sra. Valerián miró a Lyanna. El desprecio era palpable. Ya no era sospecha; era certeza.

—¿Vecinos? Qué interesante, Lena. Parece que tus vecinos han cambiado mucho de estatus social.

—Váyase, señor —ordenó Lyanna, la voz temblando—. No me conoces y yo no lo conozco. ¡Largo!

—¡Pero, Lyanna! No seas así. Yo te quiero...

La puerta del patio se abrió de golpe.

Ares entró como un huracán. Venía de una reunión de emergencia, con el traje impecable y la corbata ligeramente torcida, un indicio de su furia contenida. Porque había escuchado todo.

Percibió el desorden, los tomates rodando por el suelo, el repartidor sudado y a su madre con la cara descompuesta. Pero su mirada se clavó en Lyanna y el hombre que estaba demasiado cerca de ell
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