Yo estoy contigo

El tiempo dentro del sanatorio parecía haberse detenido.

Los ruidos eran tenues, como si los pasillos temieran interrumpir el dolor ajeno: pasos suaves, teléfonos que sonaban a medias, murmullos que se perdían en el aire cargado de desinfectante.

El eco de la camilla que se llevaba a sus padres todavía vibraba en los oídos de Leah.

Ella quería seguirlos.

Quería correr detrás de ellos.

Quería exigir respuestas, verlos, tocarlos, comprobar que respiraban.

Pero la enfermera se interpuso con delicadeza, con profesionalismo… y con esa frialdad que suelen tener las personas que están acostumbradas a convivir con tragedias ajenas.

—Señora Hill… —dijo con voz suave— necesitamos que se retire del área. Estamos haciendo todo lo posible. Les avisaremos en cuanto tengamos información más concreta.

Leah sintió que el suelo se movía bajo sus pies.

Quiso replicar.

Quiso quedarse.

Quiso gritar que eran sus padres, que ella tenía derecho a estar allí.

Pero su voz se quebró antes siquiera de nacer.

Kev
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