La enfermera dio un paso adelante con una postura contenida, profesional, pero con esa sensibilidad que solo se ve en quienes están obligados a dar malas noticias cada día.
—Por favor, síganme —dijo en voz baja, como si temiera alterar la fragilidad del momento.
Kevin ajustó el brazo alrededor de Leah, no para dirigirla sino para sostenerla, como si temiera que un movimiento brusco pudiera terminar de quebrarla. La enfermera los condujo por un pasillo angosto, silencioso, un corredor donde las luces parecían más frías y donde el aire mismo olía a desinfectante y desesperación.
El sonido de sus pasos era casi inaudible. De vez en cuando, la enfermera miraba por encima del hombro, asegurándose de que ellos pudieran seguir el ritmo. No caminaba rápido; era como si entendiera que con cada metro que avanzaban, el alma de Lea se encogía un poco más.
Kevin no soltó su mano.
Lea apenas era consciente de eso. El terror la sostenía por dentro como un puño cerrándose lentamente. Su respiración s