La luz tamizada de la mañana entraba por las cortinas blancas de la habitación, pintando en tonos cálidos la silueta de Leah. A tres meses de embarazo, su vientre seguía apenas plano, tímido, pero ella ya lo tocaba cada tanto, como si en la quietud pudiera escuchar algo, sentir algo, comprender algo. Esa mañana, sin embargo, se sentía más débil de lo normal. Sus párpados le pesaban y el simple acto de incorporarse le parecía agotador.
Kevin salió de la ducha con una camisa blanca a medio abotonar, la corbata colgando del cuello y el cabello húmedo cayendo sobre la frente. Se acercó a la cama con su andar firme, ese paso seguro que siempre hacía temblar un poco el suelo y el corazón de Leah.
—Buenos días, —susurró con una voz que solo usaba con ella. Leah intentó sonreír, pero sus labios apenas lograron una curva suave. Kevin frunció el ceño al instante.
—¿Te duele algo?
—No… solo estoy un poco cansada —murmuró ella, sin abrir completamente los ojos.
Él se sentó al borde de la cama. C