La mañana avanzaba lentamente sobre Bella Vista. La luz dorada se filtraba por las amplias ventanas del dormitorio principal, pintando la habitación con un brillo suave y cálido. Leah estaba apoyada contra los cojines, envuelta en una manta ligera, mientras el aroma del té de jengibre llenaba el aire. Sus náuseas habían sido fuertes ese día, y Kevin la había seguido como una sombra protectora desde que despertó.
Él nunca decía nada, pero sus ojos hablaban por sí solos. Cada vez que Leah llevaba una mano al estómago o suspiraba, Kevin tensaba la mandíbula como si alguien fuera responsable de ese malestar.
Kevin revisaba algunos documentos desde una tablet mientras esperaba que ella terminara el té. Cuando su teléfono vibró, lo tomó sin mucha importancia. Pero al ver el contenido del mensaje, su ceño se frunció ligeramente.
—¿Qué sucede? —preguntó Leah, observándolo con esos ojos celestes que no dejaban escapar nada.
Kevin respiró profundo y se acercó a ella, sentándose al bor