El sonido constante contra los ventanales del departamento de Enrique Salas se convirtió en un murmullo lejano, como si la ciudad se negara a romper la quietud de aquella conversación.
Kevin permanecía de pie junto a la ventana, con la segunda copa de whisky entre los dedos. La mirada perdida en los edificios que se desdibujaban tras el cristal empañado. Enrique, en cambio, lo observaba en silencio desde el sillón, con el gesto pensativo de quien ya había visto demasiadas batallas ajenas.
El aire olía a madera, a lluvia y a una tensión contenida que ninguno parecía querer romper. Hasta que finalmente Enrique habló.
—Sabes, Kevin… —empezó con voz baja, casi paternal—. Lo que estás viviendo no es simple. Y tampoco lo será. Pero si realmente quieres entender qué sientes por Leah, tendrás que pasar por pruebas.
Kevin giró lentamente, apoyando la espalda en el marco de la ventana.
—¿Pruebas? —repitió con un tono que rozaba la ironía—. No creo que necesite pruebas para saber que esto me est