QUIERO UNA MUJER, NO UNA NIÑA.
Los ojos azules de Kevin eran una tormenta anunciada, sus perfectas facciones masculinas se endurecen, mientras, el rostro de Verónica descansaba sobre la almohada blanca, pero no había paz en aquella quietud. Su piel, pálida como la luna que se filtra entre cortinas, parecía absorber la frialdad de la habitación. Los labios, entreabiertos, temblaban como si aún pronunciaran una súplica muda. Había dolor en sus facciones, un rastro de vulnerabilidad que cualquiera habría confundido con la pureza del sufrimiento. Cualquiera… menos ella. Porque detrás de cada lágrima había un cálculo, y detrás de cada suspiro, un propósito que solo su corazón conocía.
Kevin permanecía de pie junto a la cama, mirándola con esos ojos azules que parecían atravesar el alma. Su mirada era tan intensa que Verónica sentía que la piel se le erizaba. Aun así, no apartó el rostro. Lo dejó observarla, lo dejó creer. Fingió debilidad, bajó la mirada, permitió que la fragilidad se convirtiera en su disfraz más per