La noche caía sobre Madrid con un aire denso, como si el cielo presintiera la tormenta que estaba por desatarse. Kevin apretaba con fuerza el teléfono en su mano, mientras el investigador del otro lado de la línea le confirmaba la dirección exacta del departamento de Henry Morgan.
—Repítelo —ordenó con voz fría, casi susurrada.
El hombre al otro lado repitió los datos con cautela, temeroso del tono de Kevin. Cuando la llamada finalizó, Kevin se quedó inmóvil por un instante, la mandíbula apretada, las venas marcadas en su cuello. Un fuego oscuro ardía detrás de sus ojos azules.
Tomó las llaves de su vehículo y salió de la mansión sin mirar atrás. Las puertas se cerraron de un golpe, haciendo eco por toda la Villa La Matilde. El motor rugió con furia, y las ruedas del coche chirriaron contra el empedrado. La noche se quebró con el sonido del motor acelerando, mientras Kevin desaparecía entre las sombras, con un solo pensamiento repitiéndose en su cabeza: Leah. Henry.
Dos nombres qu