El vehículo se detuvo bruscamente en medio de una carretera oscura, apenas iluminada por la luna que se filtraba entre las ramas de los árboles. El silencio era denso, casi sofocante. Kevin apoyó ambas manos en el volante, su respiración era profunda, entrecortada, y el sonido del motor apagándose fue lo único que rompió la quietud del lugar.
Leah permanecía en su asiento, rígida, con los dedos entrelazados sobre su regazo. Sentía el pulso acelerado en su garganta. Sabía que Kevin estaba furioso, lo veía en el temblor de sus manos, en la tensión de su mandíbula, en el fuego helado que ardía en sus ojos.
De pronto, él giró la cabeza hacia ella.
—¿Qué demonios crees que estabas haciendo allí? —preguntó con una voz tan grave que hizo vibrar el aire dentro del vehículo.
Leah lo miró sin ceder terreno. —Ya te lo dije. Fue una cena, nada más.
—¿Nada más? —repitió él con una sonrisa amarga—. ¿Y con quién, Leah? ¿Con quién cenabas a escondidas de tu esposo? Con Henry Morgan, y me pareció