Después del encuentro, de los besos, del abrazo, de sentirse el uno al otro, el sueño los alcanzó sin aviso.
No fue un cansancio físico lo que los venció, sino algo más profundo: la necesidad de sostenerse el uno al otro sin preguntas, sin explicaciones, sin el peso del mundo presionando sus hombros. Kevin y Leah quedaron abrazados, como si el cuerpo hubiera entendido antes que la mente que allí, en ese contacto, había un breve lugar seguro. Kevin dormía de lado, su brazo rodeando la cintura de Leah, su mano reposando con naturalidad sobre su pequeño vientre. No era un gesto consciente, sino instintivo, casi primitivo. Necesitaba sentirla. Necesitaba sentirlos.
El silencio de la habitación era espeso, interrumpido solo por sus respiraciones acompasadas. Cuando Kevin abrió los ojos, no supo cuánto tiempo había pasado. La luz había cambiado; ya no era el amanecer dorado, sino una claridad suave que se filtraba con timidez. Parpadeó un par de veces, aún atrapado entre el sueño y la vig